Un très bel article sur le Festival Aldeburgh 2018 qui relate avec précision le concert For Philip Guston. Cinq heures d’immersion dans la musique de Morton Feldman avec Claire Chaise, Alexandre Babel et Anna D’Errico.
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El País
CRÓNICA – Aldeburgh en América
Músicas europeas y estadounidenses conviven a diario en la última edición del festival británico creado por Benjamin Britten
LUIS GAGO
Aldeburgh – 18 JUN 2018 – 18:15 CEST
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El otro gran concierto de estos días, y que lleva el sello inconfundible de este festival, amante como pocos del riesgo, la creatividad y la exigencia a partes iguales para los músicos y para el público, fue la interpretación de For Philip Guston, de Morton Feldman, una obra extrema, de cinco horas de duración, que empezó a sonar, para poner las cosas un poco más difíciles, a las cuatro y media de la mañana del sábado, la hora en que comienza estos días a despuntar el sol: Feldman al amanecer era el nombre de la propuesta, simbólicamente enlazada, por la insólita hora de la convocatoria y su coincidencia con el arranque del amanecer, con el primero de los cuatro conciertos en que Aimard tocó aquí en 2016 el Catálogo de pájaros de Messiaen. Los tres músicos del Ensemble Vide (la flautista Claire Chase, la pianista Anna D’Errico y el percusionista Alexandre Babel) ocuparon el centro del Britten Studio, a oscuras, despojado de gradas y asientos, con el público sentado o tumbado a su alrededor en sillones, sofás o grandes cojines y almohadones depositados en el suelo, en este caso para poner las cosas un poco más fáciles, o más cómodas.
Fuera, como podía verse a través del gran ventanal de la sala, empezaba a amanecer despaciosamente, con la misma calma con que iba desplegándose la estática y parsimoniosa música de Feldman (lo que en Beethoven era prestissimo y fortissimo se convierte aquí en lentissimo y pianissimo), 102 páginas de una partitura fechada el 9 de noviembre de 1984 que es un homenaje a su amigo pintor, integrante como él de la Escuela de Nueva York, esa extraña amalgama de artistas plásticos, poetas y compositores que abanderaron la vanguardia estadounidense de la época. El expresionismo abstracto fue una influencia decisiva en las composiciones de Feldman y, estando en Aldeburgh, donde las gaviotas y sus graznidos son una compañía visual y sonora casi permanente, no está de más traer aquí a colación algo que dejó escrito el autor de Rothko Chapel: “Recuerdo estar dando un largo paseo con John Cage por el East River. Hacía un maravilloso día de primavera. En un momento dado, John exclamó: ‘Mira esas gaviotas. ¡Madre mía, qué libres son!’ Tras observar las aves, recuerdo que le dije: ‘No son libres en absoluto: dedican todos y cada uno de los momentos a buscar comida’. Esa es la diferencia esencial entre Cage y Guston. Cage ve el efecto, ignora su causa. Guston, obsesionado exclusivamente con su propia causalidad, destruye su efecto. Los dos tienen razón, por supuesto, y yo también. Los tres nos complementamos de maravilla. Cage está sordo, yo estoy mudo, Guston está ciego”
Muy representativa de las obras de su última época, en las que la dedicatoria se confunde con su título, For Philip Guston es un gigantesco planto de texturas ralas, exiguas, en el que los distintos instrumentos (alternancias constantes de flauta, flauta contralto y piccolo; vibráfono, marimba, glockenspiel y campanas tubulares; piano y celesta) desgranan mínimas células temáticas, jugando con sus resonancias, renunciando casi a la armonía, a los cambios de tempo, a las dinámicas contrastantes, al registro grave del piano: un gran cuadro de Mark Rothko sería quizá su mejor equivalente visual. La obra de Feldman es un dilatado mantra en constante e imperceptible metamorfosis que exige a sus tres intérpretes un inmenso esfuerzo de concentración (multitud de compases individuales han de repetirse), de resistencia física y mental y, a la vez, de libertad. Claire Chase merece un elogio especial por la proeza de mantener en todo momento una extraordinaria calidad de sonido con los tres instrumentos que toca como poseída por un trance. Es ella, sin duda, la ideóloga e inspiradora de esta versión y los largos abrazos en que se fundió con sus dos compañeros cinco horas después de haber empezado a tocar esta larga letanía, cuando los tres desgranan una a una, casualmente o no, las cuatro notas que, en la grafía inglesa, se corresponden con el apellido de John Cage (Do-Sol-La bemol-Mi bemol). Al final, al observar la campiña de Suffolk ya iluminada por el sol, con las vastas extensiones de cañas que crecen junto al agua y la silueta a lo lejos de la iglesia de Iken, todos nos sentíamos, de alguna manera, limpios, vacíos, liberados. Alguien comparó la experiencia a haber permanecido esas cinco horas en una lavadora que funcionara a cámara muy lenta, en uno de esos programas para ropa delicada, y la metáfora no sonaba en absoluto descabellada.
El programa de mano, consciente de lo exigente del empeño, dejaba claro que “el público puede entrar y salir durante el concierto”. De hecho, las puertas del Britten Studio estuvieron abiertas en todo momento. Muchos salieron a tomar un café, a estirar las piernas, a observar de cerca el amanecer, al baño, mientras que otros preferimos que la hipnosis progresiva operada por la música de Feldman siguiera haciendo efecto sin interrupciones. Dentro, algunos durmieron largos trechos tumbados plácidamente (dormidos, seguimos escuchando) y, quien más quien menos, vencido por el sueño, aprovechaba la aparente estasis sonora para descabezar un poco y reponer fuerzas para la vigilia. Pero todos lo hacían con la seguridad de que, al despertar, como el dinosaurio de Monterroso, la música de Morton Feldman –doliente, serena, imperturbable− seguiría estando allí.